Eran
las 4 de la tarde del jueves y David llegaba puntual como todos los días a su
cita. Cuando sonó la campana, recogió
los libros, los metió en la mochila, subió la silla a la mesa y corrió como una
bala hacia el “Parque del Viejo Lago”, siempre con su bolsa en la espalda y dos
palos muy usados dentro de ella.
Antes,
sus compañeros de clase le invitaban a
ir con ellos al “skate park” con sus bicicletas, pero David prefería seguir su
rutina.
Se
sentaba en el banco de madera del parque frente al hoyo 3 del impresionante
“Country Golf Course”. Una valla muy alta le separaba del enorme “green”, verde
y cuidado, que no podía pisar.
Cada
tarde miraba fijamente, casi sin pestañear, las partidas de los jugadores y
aprendía más y más de ellos. Examinaba la estrategia y disfrutaba escuchando
conversaciones de golf intentado aprender las normas para cuando le tocara
jugar a él.
Antes
de que anocheciera practicaba cada movimiento del palo frente a una lata de
tomate abierta e inclinada que le servía de hoyo donde metía las bolas, y
saludaba a las dos palomas que vivían en el árbol y le hacían de público.
Una
tarde, tras acabar el último golpe, sonó un fuerte aplauso. David miró hacia el
banco y se dio cuenta de que su sitio estaba ocupado por Tiger Woods.
- Buenas tardes, David - dijo
Tiger.
- ¡Hola, Tiger! – respondió, casi
sin palabras, David.
Tiger sabía que David estaba
impresionado de ver a una leyenda del golf como era él.
- Te voy a ayudar a poder continuar
con la carrera que has empezado solo - dijo Tiger al niño.
- ¿Por qué razón? - preguntó David.
- Porque me recuerdas a mí cuando
era pequeño, una persona muy perseverante y que persigue una meta - afirmó
Tiger.
Él
sabía por su propia experiencia lo difícil que era llegar a poder entrenar y
conseguir ser una persona de éxito en ese deporte. Sin la ayuda de su padre,
Tiger no hubiera podido nunca ser el famoso jugador de golf profesional que
era.
La
conversación entre ambos duró casi una hora, los dos rieron y practicaron
golpes delante de la lata de tomate. David no daba crédito a lo que le estaba
ocurriendo y pensaba que cuando lo contara a sus amigos no le iban a creer.
A
partir de esa tarde, Tiger ayudó a David a conseguir su sueño de poder entrenar
para llegar a ser profesional, un gran jugador profesional como él.
Desde
entonces, David miraba muy agradecido desde el “green” del hoyo 3 el banco, las
palomas y la lata. Se prometió a sí mismo que ayudaría a cualquier niño que se
encontrara al otro lado de la valla y estuviera en su situación, sentado en el
banco de madera del Parque observando con interés el “green” para aprender.
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