viernes, 14 de febrero de 2014

Al otro lado de la valla de Beltrán Fernández Barbadillo 1ºC

Eran las 4 de la tarde del jueves y David llegaba puntual como todos los días a su cita.  Cuando sonó la campana, recogió los libros, los metió en la mochila, subió la silla a la mesa y corrió como una bala hacia el “Parque del Viejo Lago”, siempre con su bolsa en la espalda y dos palos muy usados dentro de ella.
Antes, sus compañeros de  clase le invitaban a ir con ellos al “skate park” con sus bicicletas, pero David prefería seguir su rutina.
Se sentaba en el banco de madera del parque frente al hoyo 3 del impresionante “Country Golf Course”. Una valla muy alta le separaba del enorme “green”, verde y  cuidado, que no podía pisar.
Cada tarde miraba fijamente, casi sin pestañear, las partidas de los jugadores y aprendía más y más de ellos. Examinaba la estrategia y disfrutaba escuchando conversaciones de golf intentado aprender las normas para cuando le tocara jugar a él.
Antes de que anocheciera practicaba cada movimiento del palo frente a una lata de tomate abierta e inclinada que le servía de hoyo donde metía las bolas, y saludaba a las dos palomas que vivían en el árbol y le hacían de público.
Una tarde, tras acabar el último golpe, sonó un fuerte aplauso. David miró hacia el banco y se dio cuenta de que su sitio estaba ocupado por Tiger Woods.
-  Buenas tardes, David - dijo Tiger.
-  ¡Hola, Tiger! – respondió, casi sin palabras, David.
Tiger sabía que David estaba impresionado de ver a una leyenda del golf como era él.
-  Te voy a ayudar a poder continuar con la carrera que has empezado solo - dijo Tiger al niño.
-  ¿Por qué razón? - preguntó David.
-  Porque me recuerdas a mí cuando era pequeño, una persona muy perseverante y que persigue una meta - afirmó Tiger.
Él sabía por su propia experiencia lo difícil que era llegar a poder entrenar y conseguir ser una persona de éxito en ese deporte. Sin la ayuda de su padre, Tiger no hubiera podido nunca ser el famoso jugador de golf profesional que era.
La conversación entre ambos duró casi una hora, los dos rieron y practicaron golpes delante de la lata de tomate. David no daba crédito a lo que le estaba ocurriendo y pensaba que cuando lo contara a sus amigos no le iban a creer.
A partir de esa tarde, Tiger ayudó a David a conseguir su sueño de poder entrenar para llegar a ser profesional, un gran jugador profesional como él.

Desde entonces, David miraba muy agradecido desde el “green” del hoyo 3 el banco, las palomas y la lata. Se prometió a sí mismo que ayudaría a cualquier niño que se encontrara al otro lado de la valla y estuviera en su situación, sentado en el banco de madera del Parque observando con interés el “green” para aprender.

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