Fortunada y Jacinta (Galdós)
Santa Cruz y Arnaiz.
Vistazo histórico sobre el comercio matritense de
- I -
Don Baldomero Santa
Cruz era hijo de otro D. Baldomero Santa Cruz que en el siglo pasado
tuvo ya tienda de paños del Reino en la calle de la Sal, en el mismo
local que después ocupó D. Mauro Requejo. Había empezado el padre
por la más humilde jerarquía comercial, y a fuerza de trabajo,
constancia y orden, el hortera de 1796 tenía, por los años del 10
al 15, uno de los más reputados establecimientos de la Corte en
pañería nacional y extranjera. Don Baldomero II, que así es
forzoso llamarle para distinguirle del fundador de la dinastía,
heredó en 1848 el copioso almacén, el sólido crédito y la
respetabilísima firma de D. Baldomero I, y continuando las
tradiciones de la casa por espacio de veinte años más, retirose de
los negocios con un capital sano y limpio de quince millones de
reales, después de traspasar la casa a dos muchachos que servían en
ella, el uno pariente suyo y el otro de su mujer. La casa se denominó
desde entonces Sobrinos de Santa Cruz, —24→
y a estos sobrinos, D. Baldomero y Barbarita les
llamaban familiarmente los Chicos.
En el reinado de D.
Baldomero I, o sea desde los orígenes hasta 1848, la casa trabajó
más en géneros del país que en los extranjeros. Escaray y
Pradoluengo la surtían de paños, Brihuega de bayetas, Antequera de
pañuelos de lana. En las postrimerías de aquel reinado fue cuando
la casa empezó a trabajar en géneros de fuera, y la
reforma arancelaria de 1849 lanzó a D. Baldomero II a mayores
empresas. No sólo realizó contratos con las fábricas de Béjar y
Alcoy para dar mejor salida a los productos nacionales, sino que
introdujo los famosos Sedanes para levitas, y las telas que tanto se
usaron del 45 al 55, aquellos patencures, anascotes, cúbicas y
chinchillas que ilustran la gloriosa historia de la sastrería
moderna. Pero de lo que más provecho sacó la casa fue del ramo de
capotes y uniformes para el Ejército y la Milicia Nacional, no
siendo tampoco despreciable el beneficio que obtuvo del artículo
para capas, el abrigo propiamente español que resiste a todas
las modas de vestir, como el garbanzo resiste a todas las modas de
comer. Santa Cruz, Bringas y Arnaiz el gordo, monopolizaban toda la
pañería de Madrid y surtían a los tenderos de la calle de Atocha,
de la Cruz y Toledo.
La Regenta
Leopoldo Alas Clarín
La boda de Ana Ozores
Doña Anuncia y doña
Águeda habían quedado en el estrado, casi a obscuras, suspirando,
rodeadas de algunos amigos y amigas, quizá los mismos que les dieran
en otra ocasión aquel pésame por la muerte civil de don Carlos.
Y partió el coche.
Don Víctor oprimía entre las suyas las manos de aquella esposa que
le envidiaba un pueblo entero.
Un ¡adiós! llenó
los ámbitos de la Plaza Nueva: era un adiós triste de verdad, era
la despedida de la maravilla del pueblo; Vetusta en masa veía
marchar a la nueva Presidenta de Sala como pudiera haber visto que le
llevaban la torre de la catedral, otra maravilla.
Entre tanto, Ana
pensaba que tal vez no había entre aquella muchedumbre que admiraba
su hermosura otro más digno de poseerla que aquel don Víctor, a
pesar de sus cuarenta y pico, pico misterioso.
Cuando, ya cerca de
la noche, mientras subían cuestas que el ganado tomaba al paso, el
nuevo Presidente de Sala le preguntaba si era él por su ventura el
primer hombre a quien había querido, Ana inclinaba la cabeza y decía
con una melancolía que le sonaba al marido a voluptuoso abandono:
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